ISBN 978-9928-8100-4-4
PRÓLOGO
Para el escritor de ficción, basta una conversación, una noticia u otro estímulo cualquiera, para que su fantasía se dispare y de inmediato, como por arte de magia, le empiecen a brotar las imágenes que pronto se convertirán en las verdades inventadas que le dan vida a la gama de hechos supuestos que, debidamente ficcionados, formaran el cuerpo de un trabajo literario.
elPeriódico
Guatemala. Enero 2004
El crimen de la casa 48 (I)
Sucedió en La Antigua Guatemala hace cuatro semanas. El crimen de dos hermanos tan extraños como su propio asesinato, conmocionó a los antigüeños y se ha convertido en uno de los casos más macabros y enmarañados conocidos en las últimas décadas en esa ciudad. Dos hombres solitarios que vivían como menesterosos en medio de una fortuna millonaria son los personajes de una historia real, que pareciera protagonizada por fugados de un relato de terror del siglo XIX.
Paola Hurtado
Así, las líneas anteriores, que no son más que el inicio informativo de un trágico y lamentable suceso, fueron el detonante para que surgiera a la vida la presente novela; que para su desarrollo, asume como sus únicos parámetros, la libertad intrínseca que es necesaria para el hecho creador y la imaginación sin límites; ambos, como atributos necesarios para el trabajo intelectual.
Advertido el lector del mundo imaginario en que se va a sumergir, se le invita, a través de la lectura, a disfrutar y a ser testigo en primera línea de las peripecias que viven sus protagonistas.
Capítulo 18
Pedro todos los días acostumbra levantarse a las nueve de la madrugada —como él suele decir—, con parsimonia y con desgano para enfrentarse a la vida en otro día insípido, rutinario y sin expectativas de nada. En algunas oportunidades se baña, en otras no.
«¿Para qué hacerlo? —se justifica—. Si no me relaciono con nadie.» Exceptuaba, desde luego, a su tolerante hermano.
Ya a esa hora lo espera el desayuno, que el bueno de su pariente ha ido a comprar, como todos los días, a donde La Canche. Es una colación que le gusta, pero que hasta cierto punto le aburre. El menú es limitado y repetitivo; «pero bueno, tengo que comer», piensa con resignación; además, en casa no hay quien cocine.
Dependiendo del estado de ánimo con que se despierte, así se viste; a veces de hombre, utilizando las gastadas prendas de su exiguo vestuario y en otras oportunidades, de mujer, también utilizando ropas sencillas, pero que complementa con cuidadosos maquillajes.
El esmerado arreglo femenino lo hace sentirse animado y lo eleva en alas de la ilusión en la realización de sueños que sólo su especial mentalidad le hace vivir. Cuando se da por satisfecho en su emperifollado, se contempla en el espejo del viejo ropero. Sonríe, se aleja y se acerca varias veces sin perder de vista su imagen, caminando con pasos de modelo en pasarela y coquetea para sí mismo.
«Estoy hecha un mango», y se da por satisfecho o satisfecha, según le dicte su cambiante opinión.
Luego, se dirige a la ventana que da a la calle y, detrás de las cortinas de tul, herencia de su difunta madre, se dedica a observar a los peatones, cuidándose de no ser visto. Casi siempre lo logra, pero en algunas oportunidades lo ve alguno de los paseantes, con indiferencia principalmente si son jóvenes, ya que desconocen de su existencia o de su afición por las prendas femeninas, sin llegar a distinguir o sospechar el verdadero sexo de la persona vislumbrada
En otras ocasiones lo ven individuos mayores que están al tanto de su vida e inclinación transexual y por lo regular lo hacen con una sonrisa burlona, como quien dice «te vi, cabrón» y continúan su marcha; quizás, para hacer algún comentario posterior en rueda de amigos u olvidarlo a los pocos pasos, por no ser una novedad que mantenga viva la atención de los pobladores de la localidad.
Desde su punto de vigilancia, Pedro observa a las chicas que pasan y se compara con ellas.
«Soy mil veces mejor que esa pizpireta», piensa. Y se siente feliz y realizado cuando se considera mejor que ella o triste cuando cree que la supera en belleza.
«¡Desgraciada! Ojalá que le dure mucho.» Es su pensamiento de consuelo.
También observa a los chicos, dándoles calificaciones de uno a diez, según su presentación y hermosura, y luego sueña con disfrutar de la compañía y de las caricias de los que mejor puntearon, según su particular gusto y estándar de calificación. Pero cuando más disfruta de su pasatiempo de fisgón, es cuando frente a su balcón, su punto habitual de vigilancia, marchan deportistas o jóvenes estudiantes de ambos sexos, rumbo al Estadio Pensativo para participar en torneos atléticos o en actos cívicos.
Después de los emotivos y colectivos desfiles, con los sueños elevándolo hasta la estratosfera de sus ilusiones, suele buscar la intimidad de su habitación y frente al espejo, improvisa complejos y prolongados números de streep tease, en donde él-ella es la estrella del virtual espectáculo y actúa con pasión, supuestamente, ante los chicos poseedores de los mejores físicos, los que su enfermiza memoria logró retener a lo largo de la actividad, hasta llegar a la buscada auto gratificación en donde termina rindiéndole pleitesía a Onán, su particular neo dios. A manera de justificación, se dice:
«El placer no le es ajeno al propio cuerpo; esta intrínsecamente ligado al organismo del sujeto. La presencia de la eventual pareja, hombre o mujer, sólo sirve como estimulo externo o como sucedánea ayuda para hacer más grato el clímax, pero sin llegar a ser necesariamente imprescindible.»
Logra el placer, sí; y a pesar de sus creencias, en muchas oportunidades termina llorando, porque siente la necesidad del complemento marital. Y en esas ocasiones, se maldice.
«¿Por qué soy como soy? ¿Por qué no puedo salir y enfrentar la vida? ¿Por qué no soy como los demás? ¡Soy un maldito, mil veces maldito! ¿Pero por qué, por qué?».
No encuentra la respuesta consoladora y solloza con lagrimas incontenibles, que parecieran brotar de lo más profundo de su ser. Y en algunas oportunidades finaliza sumergiéndose en prolongados períodos de depresión.
Allí está el placer, en su propia habitación y en su propio cuerpo; pero esa soledad que en contadas ocasiones bendice, a la larga estruja su alma y lo hace sufrir, deseando hasta la muerte
Que su vivienda esté situada frente a La Merced lo considera una fortuna, pues puede observar a las personas que a diario visitan la plazoleta, la salida y entrada de las procesiones para Semana Santa y desde luego, a los asistentes a las diferentes ceremonias religiosas que de continuo se desarrollan en el templo. Todos, personas y actividades, le sirven de gratuito entretenimiento. Pero más de veinte años de aislamiento voluntario, encierro y onanista soledad, son muchos años, casi como una condena a prisión y en solitario.
Pero ahora, cuando creía que nada cambiaría, vislumbra una luz al final del túnel. Esa luz tiene nombre: Virgilio, quien de repente ha aparecido para iluminar su solitaria vida y de ribete, con amor.
«Con un poco de suerte y maña, ya convenceré a este hombre para que se venga de fijo a vivir conmigo».
El frío espejo, testigo de sus solitarias y lúbricas ilusiones, según sus expectativas, al fin será sustituido por un ser de carne y hueso. Justo, lo que todos los seres normales buscan en sus respectivas parejas,
«Cuando el amor es sincero —sonríe— no importa el género».
La ilusión de una vida diferente había nacido y el que riega a lo largo de su camino, vistosos y olorosos pétalos de multicolores flores, como si se tratara de una alfombra de ensueño, es su Virgilio. El mismo que en la niñez, por su falta de aguante, lo había dejado en la antesala del placer desconocido, pero que ahora, cuando se consideraba condenado a la soledad eterna, se materializa para colmarlo de dicha.
En su sensible espíritu se posaba la verde esperanza de su pronto retorno. ¿Acaso no le había prometido visitarlo de nuevo?
Suspiró con intensa fuerza y lloró, pero esta vez era de felicidad.