viernes, 24 de mayo de 2013

La última frontera


LA ENCOMIENDA

            Desiderio se detuvo por un momento frente a una de las entradas de los servicios sanitarios de la Plaza de Armas, en espera de que apareciera su amiga, a quien había citado en ese lugar.
            De repente una mujer se le acercó con premura y le dijo:
            —Porfa, señor; sostenga mi pato por un ratito, mientras voy al baño; pues, estoy que no me aguanto.
            Sorprendido y sin tiempo a reaccionar, ya Desiderio sostenía entre sus brazos al ave, mientras la mujer se perdía de su vista al descender por las gradas que conducen a los servicios sanitarios.
            —Mira al señor —dijo una joven madre que pasaba por ese populoso lugar, remolcando a un niño de unos seis años—, que lindo, sacó a pasear a su mascota.
            Desiderio esbozó una tonta sonrisa, mientras se sentía ridículo a la vista de todo el mundo. «Menos mal, pensó, que pronto volverá esa impertinente y se llevará a su animalejo».
            Un señor que vestía un terno café y sombrero, al estilo de los años cincuenta del siglo veinte, se le acercó con aparente amabilidad.
            —Qué bonito su pato, usté. ¿Lo vende?—. Y le acarició la cabeza al ave, que trató de esquivar la caricia, sin lograrlo.
            —No. No es mío. Una señora me lo recomendó por un rato.
            —No se haga —le dijo y le guiñó el ojo—, le doy mil dólares por él.
            Desiderio vio a su interlocutor con incredulidad. ¡Mil dólares! «¿Se estará burlando de mi?» Y se quedó en silencio.
            El hombre del terno esperaba la respuesta y al notar la indiferencia del otro, trató de arrebatarle al palmípedo.
            En ese momento, el lustrador que aparentaba estar a la espera de clientes, el barrendero que limpiaba el excremento de los cientos de palomas que conviven en la Plaza y el vendedor de números de la lotería, que se encontraban en los alrededores, sacaron sendas armas, ordenaron a los dos hombres que no se movieran y se identificaron como policías de la brigada de antinarcóticos.
            Al hombre del terno le decomisaron un revolver y a Desiderio un pato.

            Largo sería enumerar todos los pormenores del caso, pero en aras de la brevedad, sólo queda decir que la mujer que hizo la palmípeda encomienda, nunca apareció y los dos hombres fueron conducidos a la Delegación de Policía. El pato, que no resultó ser una mansa paloma, si no un mini-mula y bien cargado. Con su carita de no hago nada, llevaba en su interior numerosas capsulas de cocaína.
            El pato no pudo demostrar su inocencia, ni que era una inofensiva victima de las circunstancias y además, por ser el único de los tres que estaba fuera de la jurisdicción del Procurador de los Derechos Humanos; en busca de evidencias, fue ejecutado sumariamente y al final, paró en la olla de uno de los jefes policíacos, quien bromeaba diciendo: que era la primera vez que comía carne de mula y que no sabía mal.

La noticia del inverisímil caso se difundió por todos los medios; y un sensible canta-autor, no desperdiciando la oportunidad, compuso un narcocorrido, que a no dudar, será un rotundo éxito, pues ya empieza a sonar en todas las radios del país.       

Con su carita de inocente
y la pancita bien cargada
un menesteroso pato
salir de pobre deseaba

Rumbo al norte viajaba.
sin saber que la policía
sus plumíferos pasos seguía
pero el destino cruel…


            Hoy, Desiderio ya libre de cargos, piensa que toda experiencia debe de ser aprovechada, pues deja una lección. Lección que él ha aprendido y que, en forma de moraleja, heredará a sus descendientes y de ser posible para aprovechamiento de la humanidad entera: Nunca, pero nunca sostengas el pato de una desconocida.
           

jueves, 7 de febrero de 2013

La casa de los trece gatos.


ISBN 978-9928-8100-4-4

PRÓLOGO
Para el escritor de ficción, basta una conversación, una noticia u otro estímulo cualquiera, para que su fantasía se dispare y de inmediato, como por arte de magia, le empiecen a brotar las imágenes que pronto se convertirán en las verdades inventadas que le dan vida a la gama de hechos supuestos que, debidamente ficcionados, formaran el cuerpo de un trabajo literario.

elPeriódico
Guatemala. Enero 2004
El crimen de la casa 48 (I)
Sucedió en La Antigua Guatemala hace cuatro semanas. El crimen de dos hermanos tan extraños como su propio asesinato, conmocionó a los antigüeños y se ha convertido en uno de los casos más macabros y enmarañados conocidos en las últimas décadas en esa ciudad. Dos hombres solitarios que vivían como menesterosos en medio de una fortuna millonaria son los personajes de una historia real, que pareciera protagonizada por fugados de un relato de terror del siglo XIX.
Paola Hurtado

Así, las líneas anteriores, que no son más que el inicio informativo de un trágico y lamentable suceso, fueron el detonante para que surgiera a la vida la presente novela; que para su desarrollo, asume como sus únicos parámetros, la libertad intrínseca que es necesaria para el hecho creador y la imaginación sin límites; ambos, como atributos necesarios para el trabajo intelectual.
Advertido el lector del mundo imaginario en que se va a sumergir, se le invita, a través de la lectura, a disfrutar y a ser testigo en primera línea de las peripecias que viven sus protagonistas.


Capítulo 18



            Pedro todos los días acostumbra levantarse a las nueve de la madrugada —como él suele decir—, con parsimonia y con desgano para enfrentarse a la vida en otro día insípido, rutinario y sin expectativas de nada. En algunas oportunidades se baña, en otras no.
«¿Para qué hacerlo? —se justifica—. Si no me relaciono con nadie.» Exceptuaba, desde luego, a su tolerante hermano.
Ya a esa hora lo espera el desayuno, que el bueno de su pariente ha ido a comprar, como todos los días, a donde La Canche. Es una colación que le gusta, pero que hasta cierto punto le aburre. El menú es limitado y repetitivo; «pero bueno, tengo que comer», piensa con resignación; además, en casa no hay quien cocine.
Dependiendo del estado de ánimo con que se despierte, así se viste; a veces de hombre, utilizando las gastadas prendas de su exiguo vestuario y en otras oportunidades, de mujer, también utilizando ropas sencillas, pero que complementa con cuidadosos maquillajes.
El esmerado arreglo femenino lo hace sentirse animado y lo eleva en alas de la ilusión en la realización de sueños que sólo su especial mentalidad le hace vivir. Cuando se da por satisfecho en su emperifollado, se contempla en el espejo del viejo ropero. Sonríe, se aleja y se acerca varias veces sin perder de vista su imagen, caminando con pasos de modelo en pasarela y coquetea para sí mismo.
 «Estoy hecha un mango», y se da por satisfecho o satisfecha, según le dicte su cambiante opinión.
Luego, se dirige a la ventana que da a la calle y, detrás de las cortinas de tul, herencia de su difunta madre, se dedica a observar a los peatones, cuidándose de no ser visto. Casi siempre lo logra, pero en algunas oportunidades lo ve alguno de los paseantes, con indiferencia principalmente si son jóvenes, ya que desconocen de su existencia o de su afición por las prendas femeninas, sin llegar a distinguir o sospechar el verdadero sexo de la persona vislumbrada
En otras ocasiones lo ven individuos mayores que están al tanto de su vida e inclinación transexual y por lo regular lo hacen con una sonrisa burlona, como quien dice «te vi, cabrón» y continúan su marcha; quizás, para hacer algún comentario posterior en rueda de amigos u olvidarlo a los pocos pasos, por no ser una novedad que mantenga viva la atención de los pobladores de la localidad.
            Desde su punto de vigilancia, Pedro observa a las chicas que pasan y se compara con ellas.
«Soy mil veces mejor que esa pizpireta», piensa. Y se siente feliz y realizado cuando se considera mejor que ella o triste cuando cree que la supera en belleza.
«¡Desgraciada! Ojalá que le dure mucho.» Es su pensamiento de consuelo.  
También observa a los chicos, dándoles calificaciones de uno a diez, según su presentación y hermosura, y luego sueña con disfrutar de la compañía y de las caricias de los que mejor puntearon, según su particular gusto y estándar de calificación. Pero cuando más disfruta de su pasatiempo de fisgón, es cuando frente a su balcón, su punto habitual de vigilancia, marchan deportistas o jóvenes estudiantes de ambos sexos, rumbo al Estadio Pensativo para participar en torneos atléticos o en actos cívicos. 
Después de los emotivos y colectivos desfiles, con los sueños elevándolo hasta la estratosfera de sus ilusiones, suele buscar la intimidad de su habitación y frente al espejo, improvisa complejos y prolongados números de streep tease, en donde él-ella es la estrella del virtual espectáculo y actúa con pasión, supuestamente, ante los chicos poseedores de los mejores físicos, los que su enfermiza memoria logró retener a lo largo de la actividad, hasta llegar a la buscada auto gratificación en donde termina rindiéndole pleitesía a Onán, su particular neo dios.  A manera de justificación, se dice:
«El placer no le es ajeno al propio cuerpo; esta intrínsecamente ligado al organismo del sujeto. La presencia de la eventual pareja, hombre o mujer, sólo sirve como estimulo externo o como sucedánea ayuda para hacer más grato el clímax, pero sin llegar a ser necesariamente imprescindible.»
Logra el placer, sí; y a pesar de sus creencias, en muchas oportunidades termina llorando, porque siente la necesidad del complemento marital. Y en esas ocasiones, se maldice.
«¿Por qué soy como soy? ¿Por qué no puedo salir y enfrentar la vida? ¿Por qué no soy como los demás? ¡Soy un maldito, mil veces maldito! ¿Pero por qué, por qué?».
No encuentra la respuesta consoladora y solloza con lagrimas incontenibles, que parecieran brotar de lo más profundo de su ser. Y en algunas oportunidades finaliza sumergiéndose en prolongados períodos de depresión.
Allí está el placer, en su propia habitación y en su propio cuerpo; pero esa soledad que en contadas ocasiones bendice, a la larga estruja su alma y lo hace sufrir, deseando hasta la muerte 
            Que su vivienda esté situada frente a La Merced lo considera una fortuna, pues puede observar a las personas que a diario visitan la plazoleta, la salida y entrada de las procesiones para Semana Santa y desde luego, a los asistentes a las diferentes ceremonias religiosas que de continuo se desarrollan en el templo. Todos, personas y actividades, le sirven de gratuito entretenimiento.  Pero más de veinte años de aislamiento voluntario, encierro y onanista soledad, son muchos años, casi como una condena a prisión y en solitario.
Pero ahora, cuando creía que nada cambiaría, vislumbra una luz al final del túnel. Esa luz tiene nombre: Virgilio, quien de repente ha aparecido para iluminar su solitaria vida y de ribete, con amor.
«Con un poco de suerte y maña, ya convenceré a este hombre para que se venga de fijo a vivir conmigo».
El frío espejo, testigo de sus solitarias y lúbricas ilusiones, según sus expectativas, al fin será sustituido por un ser de carne y hueso. Justo, lo que todos los seres normales buscan en sus respectivas parejas,
«Cuando el amor es sincero —sonríe— no importa el género».
La ilusión de una vida diferente había nacido y el que riega a lo largo de su camino, vistosos y olorosos pétalos de multicolores flores, como si se tratara de una alfombra de ensueño, es su Virgilio. El mismo que en la niñez, por su falta de aguante, lo había dejado en la antesala del placer desconocido, pero que ahora, cuando se consideraba condenado a la soledad eterna, se materializa para colmarlo de dicha.
En su sensible espíritu se posaba la verde esperanza de su pronto retorno. ¿Acaso no le había prometido visitarlo de nuevo?
Suspiró con intensa fuerza y lloró, pero esta vez era de felicidad.